La transcripción de manuscritos en los monasterios condujo, durante el transcurso de la Alta Edad Media, a la aparición de una medicina llamada monástica, que se caracterizaba por recopilaciones de escritos referentes a las virtudes medicinales de las plantas.
Pero fue el decreto de Carlomagno (768-814), el célebre capitular De villis (812), el que al ordenar oficialmente a los conventos y a los grandes explotadores el cultivo de hortalizas, plantas medicinales y determinados árboles y flores, contribuyó en gran medida a impulsar el desarrollo de la medicina popular.
En Alemania, el siglo XII quedó marcado por un insigne personaje, la célebre abadesa y herborista Hildegarda de Bingen (1098-1179), a quien debemos dos tratados: Physica y Causae et curae. Los escritos de Santa Hildegarda tuvieron una gran resonancia en la formación de la nomenclatura alemana de las plantas medicinales. Por primera vez aparecieron entonces los nombres locales junto a las denominaciones latinas.
En Italia, fue en Salerno en donde se formó, en el siglo X, una escuela de medicina basada en los autores clásicos de la antigüedad y en la medicina árabe. Esa escuela se convertiría después en un auténtico modelo para las universidades que le sucedieron. El famoso Constantin, de origen cartaginés, y cuya influencia se hizo notar a partir del año 1050, tradujo los escritos árabes. Un tratado, el Antidotarium Salernitatum, escrito por Nicolus Praepositus, tuvo una gran aceptación. Pero la obra a la que la Escuela de Salerno debe sin duda su celebridad universal es el Regimen Sanitatis Salernitatum, que trata ampliamente de las plantas medicinales.
Mientras que en la región mediterránea resultaba relativamente fácil hacerse con las drogas vegetales recomendadas por la Escuela de Salerno, la situación era totalmente distinta al norte de los Alpes, en donde se hacía necesario buscar entre las plantas autóctonas aquéllas que podían sustituir a las de importación. En los casos en que las plantas medicinales podían ser cultivadas, eran sobre todo los monjes quienes, de acuerdo con el edicto de Carlomagno, se dedicaban a ello. De esta manera fueron apareciendo los primeros jardines botánicos medicinales en paralelo con los hospitales monásticos.
Tras el declinar de la Escuela de Salerno, sus seguidores, conducidos por Arnaud de Villeneuve (1235-1311), intentaron reanimar las glorias de la institución. De esa forma se fundó la Escuela de Montpellier, que sin embargo no alcanzó la misma celebridad, aunque sí constituyó un gran número de insignes médicos, entre ellos el gran cirujano Guy de Chauliac, el cual curó la ceguera del rey de Bohemia, Jean de Luxembourg.
A partir del final del siglo XII, la herboristería pasó por un periodo relativamente ingrato. Las antiguas enseñanzas iban cayendo poco a poco en el olvido, mientras que las nuevas apenas se extendían. El pensamiento filosófico se encontraba bajo la influencia escolástica, que se basaba sobre todo en discusiones filosófico-eruditas; pocos se dedicaron a las ciencias naturales y a la observación directa. En esa época, el comercio de las drogas y de los medicamentos pasaba por Alejandría, Oriente, Florencia y Venecia. Hay que citar, a pesar de todo, a una importante personalidad de la época, el botánico y médico escolástico Alberto Magno (1193-1280), obispo de Ratisbona.
En la primera mitad del siglo XIV, Simon de Ge nes y Mattaeus Sylvaticus revisaron y relacionaron los nombres botánicos árabes y griegos con los lati nos, facilitando asi la tarea a los herboristas venide.
Se produjeron después dos acontecimientos de una incomparable trascendencia para la ampliación del campo de la ciencia botanica: la invención de la im prenta, por Gutenberg en 1450, y el descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492. Estos acon- tecimientos tuvieron como consecuencia directa ta creación de numerosos herbarios impresos y la im- portación a Europa de una multitud de nuevas dro-
Desde mucho tiempo atrás se dejaba sentir, en los medios populares, la necesidad de contar con una obra que tratara de la cura por medio de plantas y del empleo de remedios vegetales.
Fue en 1484 cuando hizo su aparición en Maguncia un herbario escrito por un autor desconocido, el Herbarius maguntinge impressus, que describe las drogas que entonces se vendían en las boticas e incluye ilustraciones dibu- jadas a partir de modelos reales. El herbario de Ma- guncia fue repetidamente publicado en Alemania, Holanda, Padua, Venecia y Vicenza.
Su gran éxito condujo a la aparición de otra obra mucho más importante: el Hortus sanitatis (Jardin de la salud), Hacia finales del siglo XIV y principios del XV se asistió, en el campo de la literatura cientifica, la evolución desde la herboristeria propiamente dicha, que se limitaba a describir los efectos medicinales de las plantas, a una descripción botánica; esdecir, a construir las bases de un sistema botánico cientifico.
Es así como uno de los especialistas rena nos, Otto Brunfels, publicó en 1530 su obra Herba rium Vivae Icones, con magnificas ilustraciones que reproducen las plantas de la región de Estrasburgo. Leonhart Fuchs, profesor de medicina en Tubinga, publicó a su vez sua Stirpium Historia (1542), con ilus traciones ordenadas por orden alfabético de los nom bres griegos. Hieronymus Bock, llamado Tragus, des cribe en su obra New Kreutterbuch (1539) plantas her báceas, arbustos y árboles clasificados según sus si militudes anatómicas.
En 1583 le llegó el turno al italiano Andrea Ce salpino, con la publicación de su gran obra, De Plan tis Libri XVI, en la que describe incluso la nutrición y la multiplicación de las plantas. A los padres de la farmacognosia» (patres farmacognosiae) les co- rresponde el mérito de haber extendido el conocimien to de las drogas vegetales: Valerius Cordus(1515-1544), de Erfurt escribió toda una serie de tra tados de herboristería en el que ya se describen las nuevas drogas americanas, Nicolás Monardes de Se villa (1493-1578) describe, en su obra Historia Medi cinde, la zarzaparrilla y la cebadilla (Schoenocaulon), dos especies de ultramar, el célebre botánico francés Charles de l’Ecluse, que murió en 1609, confeccio nó formularios y artículos en los que se describen los efectos de los primeros esbozos de una codifica- ción de los remedios conocidos. Es en esa misma épo ca cuando se publica en Florencia la primera farma- copea oficial: una lista de remedios y preparados me- dicinales, el Antidotarium Florentinum.
Sin duda, el más célebre de todos los herbarios es el escrito por el italiano Pierre André Mattioli (1501-1577). Mattioli llegó a ser en 1554 el médico personal del emperador Fernando 1, desempeñando más tarde el mismo puesto con Maximiliano IL. Su principal obra fue un comentario en italiano de los escritos de Dioscónides (1544), de la cual apareció diez años más tarde una edición latina ilustrada. En- tre su publicación y el año 1563 se vendieron 32.000 ejemplares de este herbario, lo que hace de él, sin discusión, uno de los best-sellers» del siglo XVI. Otras numerosas ediciones vieron la luz en Alema- nia, Italia y Bohemia, dando prueba tanto de su po- pularidad como de su interés.
El herbario de Mattioli constituye una clásica co- lección de todos los conocimientos del siglo XVI en el campo de las plantas medicinales, tanto locales co- mo foráneas. Constituye una especie de transición entre las antiguas recopilaciones de plantas y los tra tados botánicos científicos, e incluye también de una apreciación farmacológica de los resultados obteni dos los nuevos descubrimientos, los viajes trasatlán ticos, ultramar y la imprenta tambien contribuyeron al desarrollo de la quimica médica.
El primero en valorar su interès fue Paracelso (Aureolus Philippus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, 1493-1541), del que tanto su personalidad como su obra superaron con mucho los limites de la Edad Me dia. La medicina de entonces seguia estando bajo el influjo de la teoria de los humores de Hipócrates; pero también de la alquimia, o incluso del charlata- nismo y de mostrar una confianza ciega por las dro gas foráneas cuyos precios alcanzaban valores exor bitantes.
Paracelso, defendiendo lo contrario de es ta moda, emprendió viajes a través de Europa, reco giendo por todas partes las experiencias locales, re- descubriendo la medicina popular y su fondo de só- lido y buen sentido. Fue durante una estancia en Es- trasburgo cuando concluyó su Herbario (Herbarius o Kräuterbuch), que es una de sus obras más impor tantes y constituye el compendio de su experiencia europea.
El mercado alemán se encontraba por en tonces saturado de remedios de importación, y he aquí que Paracelso escribía: «tenemos plétora de to do en nuestro suelo…, en cada país las enfermeda des se desarrollan por sí mismas, pero igual ocurre con el remedio para esas enfermedades y con el mé dico que puede curarlas». Sus fórmulas médicas, por sencillas que fueren, no dejaban de ser eficaces.
El era al mismo tiempo su propio químico y su botica- rio. Se negaba a reconocer los magisterios com- plejos y descabellados de su época, dando prioridad a la medicina por medio de las plantas e interesan dose por los efectos curativos de las aguas minerales y de las plantas locales. Fue el primero en introdu cir la química en la terapéutica, empleando aume. El cildis alquimista Leonhart Thurmysar de Tharn (1530-1596), madera grahada. Colección de entratus de la Biblioteca Nacional de Vinsa
rosos compuestos del antimonio, cobre, mercurio, ar- sénico, plata y oro. Entra, pues, en la historia médi ca como un gran reformador de la medicina, el fun- dador en cierto modo de la quimioterapia y co mo un destacado conocedor de las plantas medici nales.
Un clevado número de químicos, médicos y far- macéuticos de la Edad Moderna participaron en la posterior evolución de la quimica farmacéutica y en el estudio de las substancias activas de las drogas que se utilizaban. Andreas Livabius (1540-1616) escribió un profundo tratado llamado Alchemia, que se con virtió en el primer manual de química propiamente dicho. Hay que citar también al gran químico Johann Rudolf Glauber (1604-1668), a quien debemos el des cubrimiento del sulfato de sodio, aún conocido hoy dia como sal de Glauber» (Sal Glauberi).
El fundador de la química experimental y analiti- ca fue el conde irlandés Robert Boyle (1627-1691). Friedrich Hoffmann (1660-1742), padre del célebre licor de Hoffmann (éter alcohólico), fue al mis- mo tiempo un excelente quimico y un destacado mé dico. Hoffmann estudió las esencias naturales (o acei- tes esenciales) y se interesó por los compuestos de magnesio.
Estudió también las aguas minerales La quimica y la farmacología prosiguieron su evo lución en paralelo. El sueco Jöns Jacob Berzelius (1779-1848) descubrió el selenio y el torio. El farma- céutico y profesor de quimica francés J.B. Caventou (1795-1877), junto con el farmacéutico parisino J. Pe lletier, descubrieron la quinina, la emetina y la ca- feina. El farmacèutico Friedrich Wilhelm Adam Ser- tütner (1783-1841), se hizo célebre por su descubri- miento de la morfina y del ácido mecónico, extrai- do del opio.
Un farmacéutico del Heidelberg, P.L. Geiger (1785-1836), en colaboración con el químico Hesse, descubrió la atropina, la daturina, la hioscia- mina, la colquicina, la cicutina y la aconitina. El mé- dico Robert Buchheim puede ser considerado como el fundador de la farmacología moderna.
Gracias a la obra «Manual de farmacognosia» (Handbuch der Pharmacognosie), del profesor sui- zo Alexandre Wilhelm Oswald Tschirch (1856-1939), esta disciplina, el estudio de las plantas medicinales y de las drogas de origen natural, pudo ser situada
entre las ciencias reconocidas como tales.
En los tiempos actuales presenciamos cómo en nu- merosos institutos, empresas farmacéuticas o clíni cas de los paises industrializados, se continúa inten- samente la investigación y el estudio cientifico de las plantas medicinales. Este estudio se realiza en dos direcciones: por una parte, se aplican métodos mo- dernos de investigación química y fisicoquímica al estudio de las materias activas de las plantas utiliza- das por la tradicional medicina popular, y se verifi can sus efectos farmacológicos en la práctica clini- ca. Por otra parte, se estudian nuevas drogas en re- giones aún poco conocidas, selvas virgenes y junglas (la llamada medicina verde). Estas regiones escon- den efectivamente numerosas plantas medicinales — cuyos efectos nos son todavia ignorados, y que cre- cen en lugares que están fuera del alcance de nues tra civilización conocidas por los indigenas. Co- rresponde a nuestra medicina naturista el descubrir- las…